miércoles, 15 de octubre de 2008

Estados Unidos: una nación conservadora- Esteban b.


Artículo que supuestamente se publicará mañana en un medio local

En estos días en que la máxima potencia mundial atrae todas las miradas, no está de más realizar un esfuerzo por tratar de comprender la complejidad de este país -hablamos de EEUU, claro-que en el próximo mes elegirá presidente. Es la nación que hoy está en el ojo de la tormenta financiera, la que hace pocos días aprobó un súper-plan de salvataje con el fin de tranquilizar a esos entes abstractos llamados “mercados” (es difícil hablar de “los mercados” sin peguntarnos de qué hablamos cuando hablamos de ellos, aunque por lo pronto y luego de las catastróficas caídas de bolsas y la posterior suba desmesurada de las mismas, llegamos a la conclusión de que “los mercados” son bipolares, histéricos y caprichosos).
Pero mientras el mundo sale del atolladero o se derrumba, todo depende de cuándo se lea esta nota (aclaración: escribo esto el martes a la noche, después de un día maravilloso para las bolsas mundiales, pero nada garantiza que las cosas sigan así. Se ha vuelto todo tan imprevisible, que cuando este número salga a la calle, tal vez el Dow Jones esté por las nubes, o tal vez tocando fondo nuevamente), los norteamericanos se acercan indefectiblemente al esperado día del sufragio.
Es complicado entender a los EEUU. A los europeos les cuesta, a los latinos también. Parecería irrisorio que un tipo como George Bush- con su estilo campechano- haya hecho de los suyas por ocho años consecutivos. ¿Qué les pasa a estos yankees? ¿Son estúpidos? ¿Por qué eligieron a un político con un cerebro binario que divide a la humanidad entre buenos y malos? Esa clase de preguntas con aires de superioridad, son justamente las que nunca deberíamos formularnos si queremos entender de verdad la realidad de un país harto complejo.
Para una aproximación al imperio del norte, encontré un volumen de cerca de 600 páginas cuyo título es Una nación conservadora y sus autores son John Micklethwait y Adrian Wooldridge; el primero es director de la prestigiosa revista The Economist, y el segundo, corresponsal de este mismo medio en Washington. Es un libro publicado en 2004 y traducido al castellano en 2006. Digamos entonces, que no es una novedad editorial, pero leerlo sirve y mucho. Explicaré por qué.
Se trata del intento de los autores por develar los enigmas que vuelven a este país incomprensible para el resto del orbe, y se trata en el fondo, de responder a la pregunta de por qué EEUU es una nación conservadora.
En varias ocasiones, a lo largo de las páginas, se habla de la excepcionalidad norteamericana. Micklethwait y Wooldridge encuentran cuatro aspectos que evidencian esta singularidad: 1) La Constitución, ese texto madre al que los ciudadanos respetan de una manera en que los argentinos deberíamos envidiar sanamente. 2) La Geografía: es el cuarto país más extenso del planeta. 3) La notable capacidad de reinvención que tuvieron hasta ahora. 4) El moralismo: un porcentaje altísimo de la población declara creer en Dios y practicar alguna religión.
Al mismo tiempo, hay algunas paradojas que esta nación encierra: es el país más admirado del mundo, pero al mismo tiempo el más odiado; es un país que a pesar de que una gran parte de su población se declara conservadora, no cuenta en su arco político con una propuesta partidaria de ultra-derecha, similar a la de Jean-Marie Le Pen en Francia. Pero es también el único país desarrollado que jamás ha tenido un gobierno de izquierda.
Los autores hacen un poco de historia y cuentan cuándo comenzó a tomar forma esa nación conservadora que hoy conocemos. Ellos sostienen que fue en la década del 60, cuando parecía que EEUU marchaba a paso firme hacia un Estado de Bienestar, hacia mayores libertades para las minorías, hacia la aceptación plena de los matrimonios homosexuales y los abortos. Pero esa marcha se detuvo y empezaron a ganar terreno los discursos que hablaban del estado como si fuera un parásito que no se debía entrometer en la vida de la gente. Así cobraron visibilidad las cruzadas antiimpuestos y ganaron notoriedad los activistas por el derecho a llevar armas.
En la explicación de los autores subyace esta idea: los ciudadanos norteamericanos se asustaron ante el camino que se abrió con el presidente Lyndon Johnson y allí se incubó el germen de la reacción conservadora. Más de una década después vendría Ronald Regan y la puesta en práctica de lo que hasta ese momento sólo había sido parte del discurso de la derecha.
Micklethwait y Wooldridge realizan una radiografía minuciosa del país que eligió a George Bush como presidente en 2000; hacen un análisis del camino que lo llevó a este texano a alcanzar picos altísimos de popularidad y explican las diferencias abismales entre una Costa Este mayormente demócrata (Nueva York, Massachussetts, Washington, etc.) y el corazón republicano (especialmente Texas y Colorado).
Los autores arriban a una conclusión, que en vistas a las próximas elecciones, causarían un poco de preocupación a quienes apoyan a Barack Obama: “Nuestra impresión es que los republicanos sintonizan más que los demócratas con cuatro de las pasiones básicas estadounidenses: los negocios, la propiedad, la posibilidad de elegir y muy en particular, la seguridad nacional”.
Sin embargo, habrá que tener en cuenta que este libro fue publicado en 2004. No en vano pasaron cuatro años. Aún así, resulta estimulante y enriquecedor leer este texto que como dijo un crítico, “explica la extraña mezcla de capitalismo radical y moralismo ferviente que caracteriza a la primera potencia mundial”.

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