sábado, 22 de noviembre de 2008

¿Somos mediocres los santiagueños?- Esteban b.

Es una pregunta que me la hago bastante seguido. Encuentro, conversando con amigos y conocidos, que tenemos una percepción bastante mala de nosotros mismos: de nuestra cultura, de nuestra clase política, de nuestro lugar en la historia. También encuentro que en cierta literatura local, está presente la pregunta acerca de por qué ese sentimiento de inferioridad nos invade.
El problema es que a veces compruebo que la realidad se condice con aquella autopercepción. Por ejemplo, en el seguinte caso.
El jueves fui a entrevistar al historiador Luis Alberto Romero. En la sala donde me iba a atender, estaba ya un periodista haciéndole una nota para un canal de televisión, que no era Canal 7. Las cámaras decían Multivisión. Romero es un tipo muy preparado, y muy amable también. Pero el periodista en cuestión, no podìa hilvanar ni siquiera un esbozo de pregunta. "Eeeehhh, bueno, profesor, ehhh, qué opina de, ehhh, la cultura en estos 25 años de, ehhh, democracia". Ninguna de las preguntas que hizo estaba debidamente formulada, y para colmo, los nervios lo hacían tartamudear. Pero bueno, en estas situaciones es normal que uno se ponga nervioso. Lo que es inaceptable es que este periodista haya ido sin llevar por lo menos, un mínimo de preguntas preparadas. No tenía ni siquiera un papel que le sirviera de ayuda-memoria a la hora de interrogar. Ir preprado para un reportaje es lo mínimo que uno debe hacer, tanto por respeto al entrevistado, como por respeto a uno mismo. Que un periodista vaya así a una entrevista, es como que un profesor vaya a dar una clase sin saber de qué carajo va a hablar.
La verdad es que me molesta que pasen estas cosas. Y lo triste es que lo veo frecuentamente. Yo no sé si hago buenas o malas notas, lo que sí sé es que antes me preparo. Me paso toda una mañana pensando de qué temas sería interesante hablar con mi entrevistado. Y anoto las preguntas, por si alguna laguna me invade. Tal vez los reportajes despúes salen una for de cagada, pero creo que al menos, con una preparación previa existen màs probabilidades de que las cosas salgan bien.
Cada vez que vivo algo similar a lo del jueves pasado me amargo. Y ahí es cuando siento que la mediocridad no está tan lejos de nosotros.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Invitación- Esteban b.


Si tienen ganas de escuchar a un historiador serio, que no les cuente la trillada historieta de unos cuántos chicos malos que siempre le quisieron hacer daño al país, y otros chicos sumamente buenos, que lucharon sin cesar por un país lindo y feliz, vayan esta noche al Carlos V (Santiago del Estero), tipo 9 de la noche. Estará Luis Alberto Romero, quien -como dato adicional- es hijo de unos de los historiadores argentinos más importantes del siglo XX: José Luis Romero. Por lo que recuerdo de la Feria del Libro de 2007 en Buenos Aires, Luis Alberto no tiene una gran oratoria, pero igual considero que tirará algunas reflexiones que nos ayudarán a pensar con inteligencia nuestro pasado. Pueden o no estar de acuerdo con él, pero no se puede dudar de su rigurosidad. Y bueno, si aprendió del padre...

sábado, 15 de noviembre de 2008

Libros en lista de espera- Esteban b.


Hay libros que siempre están en lista de espera. Son esos que casi inevitablmente, los dejamos para una ocasión mejor, que por diversas razones, nunca llega. Yo tengo unos cuantos que entran en esta categoría. Uno de ellos es el "Ulises" de James Joyce. Ahí están los dos tomos nuevitos en una estantería de mi biblioteca, mirándome de reojo y preguntándome: "Y? Para cuando?". Yo me hago el boludo (no es para menos, son como 1000 páginas) y me prometo devorarlos en "las pròximas vacaciones". El problema es que hace tres años digo lo mismo. También está "El retrato de Doran Gray" de Oscar Wilde, que un par de veces lo empecé a leer y las primeras 40 páginas me gustaron, pero despúes -no recuerdo cuáles fueron las razones- lo abandoné. Otro al que le amago siempre es a Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, pero a la hora de los bifes, no pasa nada, me hago el tonto y agarro cualquier otra cosa.
Hace poco hice un plan que consiste en dedicar un año entero a leer solamente clásicos. Pero dentro de los clasicos, sólo aquellos libros que se hayan publicado del siglo XIX para atrás; al siglo XX lo dejaba para otra vuelta; es decir, el "Ulises" tampoco entraba en este ambicioso plan. La consigna más o menos era: nada de autores contemporáneos que uno no sabe si dentro de un siglo van a figurar en algún lado. ¿Saben cuál es el problema? Que creo que ese año será pospuesto una y otra vez. Entonces, seguiré con esa incómoda sensación de estar perdiéndome grandes libros de la literatura universal, y todo por andar boludeando con Bolaño.

viernes, 7 de noviembre de 2008

La función de la crítica: dos miradas- Esteban b.


En febrero de 2007, la hice una entrevista a uno de los tipos que más sabe de literatura santiagueña: José Andrés Rivas. Ya casi llegando al final de la charla, se introdujo el tema de la crítica literaria y él me dijo lo siguiente: “Particularmente, la única crítica que me interesa, es la que ilumina un libro para estimular su lectura”. Es decir, que Rivas sólo encuentra alguna utilidad en aquella crítica que despierta en el lector, las ganas irrefrenables de ir a la librería más cercana y comprar urgente el texto en cuestión.
La idea, tengo que confesar, me gustó, me pareció interesante. Pero (siempre hay un pero) leí hace pocos días la columna en El Mercurio (Chile) de uno de los críticos más importantes de habla hispana: Ignacio Echevarría (foto). El decía esto: “Desde este punto de vista (se refiere a los que defienden posturas similares a las de Rivas), la crítica negativa o disuasoria no tendría objeto alguno, por cuanto habría de supeditarse en todo momento a la muy noble y saludable tarea de reclutar lectores”. Y después remata: “Se trata de una consigna que abona los intereses de la industria editorial, beneficiaria directa de las periódicas campañas institucionales destinadas a la incentivación de la lectura. La premisa de éstas es la de que leer es bueno de por sí, con independencia de cuáles sean los contenidos -no digamos ya los efectos- de la lectura. Pero esto último constituye una falacia: no hace falta ser sociólogo cultural para observar cuántos lectores asiduos de novelas "románticas" o de tramoyas conspirativas se pasan la vida leyendo una y otra vez el mismo libro, que se les ofrece bajo diferentes envoltorios, mientras la cabeza se les llena ya de tórrido sentimentalismo, ya de peregrinas paranoias”. Si quieren leer la columna completa va aquí.
¿Queda claro que Rivas y Echevarría tienen posturas distintas? Creo que sí…
Bueno, si por esas casualidades de la vida merodea este blog una estudiante o profesora de letras, te pregunto, asi, en confianza: che loco/a, ¿de qué lado estás?

lunes, 3 de noviembre de 2008

¿Qué cuernos pasa con el cambio? -Tomatis


Les confieso a mis queridos lectores que hace mucho que no me sentaba a escribir. Últimamente, mi vida transcurre solamente en los bares y en el club nocturno de timba. Y cuando a la madrugada, llego a mi casa, no tengo la más remota gana de prender la máquina y teclear. Ando en otra cosa.
Hice un trato con la revista para la que trabajo. Cuando tenga algo para decir, escribiré, si no, me llamaré a silencio. La verdad es que me costó convencerlo al Jefe de Redacción. Lo que pasa es que él es un tipo que se empeña en sostener que la regularidad de las secciones es el método inefable para el éxito de las publicaciones. Yo no pienso así. Por lo tanto, discutimos, nos peleamos y al final terminamos en una confitería de la plaza tomando cuatro cervezas bien frías y criticando al pedorro mundillo periodístico de Santiago.
Pero bueno, dejémonos de prólogos inútiles y pasemos al tema de hoy.
Se van a dar cuenta muy rápido cuáles son las razones por las que hoy decidí volver. Es fácil: estoy recaliente. Me hierve todo y no aguanto más. Hace unos cuantos meses empezaron a joder con que no había monedas. Decían los noticieros y los diarios que sobre todo escaseaba la de un peso. Entonces, uno debía estar buscando las moneditas escondidas en algún rincón de la casa para no tener que soportar la molesta pregunta de las cajeras de supermercado: “¿no tendría cambio?”.
Yo pensaba que la cosa iba a durar poco tiempo. Hasta un día escuché a la presidenta Cristina K que prometía que el Banco Central iba a emitir monedas y no sé cuanto. Ya en ese momento me parecía increíble lo que pasaba. “No puede ser” me repetía a mi mismo. No podía entender que la Argentina tuviera problemas de esa clase: la escasez de moneditas, un drama totalmente pelotudo. Calculo que ni siquiera los países súper atrasados de África, reman con este tipo de inconvenientes; ellos tienen guerras civiles, pestes, hambrunas, índices alarmantes de mortalidad infantil, dictadores que se oxidan en el poder, pero les puedo asegurar que a los negocios de esos lugares de mierda no les falta el cambio. Y resulta que a nosotros sí. Nuestra Argentina, que crece al 10% anual (bueno, por lo menos hasta el año pasado), que exporta millones de dólares en soja, que aumenta su recaudación fiscal todos los meses, ¡tiene escasez de monedas! La puta que lo parío…
Pero como decía antes, yo pensaba que la cosa iba a durar poco. Creía que todo era una cargada de alguien, una broma de mal gusto. Y ahora me doy con que estamos en octubre de 2008 y seguimos lidiando con el estúpido problema del cambio. Lo peor es que ya no son solamente las monedas: son también los billetes.
Uno no puede ir a comprar nada sin preguntarse: “¿tendrán para darme el vuelto?” Estoy repodrido de los kiosqueros, cajeros, colectiveros, remiseros, panchukeros, mozos y comerciantes en general que cada vez que uno les paga, miran con dramatismo para luego agregar: “¿No me podría dar un billete más chico? Desde aquí les grito: ¡Dejen de romper las pelotas! Si no tienen para dar vuelto, pongan una faja y cierren sus negocios, pero no martiricen al pobre consumidor que lo único que hace es intentar una compra. A ver si entienden, queremos pagar, nada más. La otra vez fui a comprar cigarros, pagué con 10 pesos y la pelotuda de la kiosquera me clavó la mirada como si le hubiera pagado con 100 mangos.
Y por último quiero hacer un petitorio. Si algún economista o pseudo-economista lee por casualidad esta columna, no intente dar explicaciones a un absurdo como éste. Por favor, no se pongan a elaborar teorías sobre la falta de cambio. Yo a ustedes no les creo nada porque se piensan que utilizando términos difíciles pueden engañar a la gente.
No hay manera de explicar una pelotudez tan grande como esto de no poder realizar una compra porque los comercios no tienen para dar el vuelto. Adam Smith, Karl Marx, Keynes y los economistas más inteligentes de la historia vaticinaron muchas cosas sobre el devenir del capitalismo, pero jamás sospecharon lo que nos pasa a nosotros.
No sé si Dios es argentino, pero si lo es, queda claro que tiene ganas de reírse de los que vivimos aquí. Hasta la próxima.