domingo, 17 de agosto de 2008

Serás abogado/a o no serás nada- Tomatis


¿Saben qué? Estoy preocupado. Muy preocupado. Pero no por ninguna de las noticias que nos ponen los diarios locales en las tapas y menos por lo que informan los noticieros nacionales. A decir verdad, lo que aparece en esos medios es lo que menos me importa.
Lo que me preocupa no sé si salió en los diarios, tal vez sí, tal vez se publicó en algún rincón de una página perdida, como si fuera una noticia insignificante, como si hubiera sido puesta casi de relleno. Me refiero al crecimiento desmesurado de los adolescentes y jóvenes santiagueños que tienen sólo un objetivo en la vida: ser abogados. Le pregunto a mi hija qué van a estudiar sus compañeritos/as cuando terminen la secundaria, y me responde que el 99% quiere ser letrado/a. Por supuesto, la mayoría de ellos incentivados por sus padres que se mueren por hablar alguna vez de “mi hijo el dotor”.
Seguramente, los lectores me gritarán que estoy loco, que soy un ignorante, un desubicado y que me tendría que alegrar de las nobles aspiraciones de nuestros chicos. También me dirán que el crecimiento de los aspirantes en la carrera de Derecho, es una muestra de cómo la educación santiagueña se consolida a paso firme. No sean ingenuos, yo por lo menos, no me chupo el dedo.
Les voy a decir por qué los chicos sueñan tanto con poner una plaqueta en sus casas que diga “fulano de tal, abogado”. No crean que es un deseo limpio e inocente. Para nada. En realidad, es un deseo pervertido. Los adolescentes no son boludos. Tienen en claro que la sociedad de hoy sólo es para los que tienen guita, para los vivos, para los ganadores. Y resulta que día a día se muestra que los abogados son exitosos, que tienen plata, fama, minas, etc. Además, aparecen en las películas yankees como los grandes protagonistas. ¿Se acuerdan de “El abogado del diablo”?. Bueno, ése es el ideal de los pendejos. “Así quiero ser yo” dicen. Una oficina tremenda, situada en un edifico de varios pisos, con vista a la calle y sillones espectaculares.
Pero no nos vayamos tan lejos. Sus modelos de abogado están aquí cerca, no solamente en Hollywood. ¿Saben dónde están? Se los digo: en los barcitos que se encuentran en las inmediaciones de Tribunales. Hay uno que está en una esquina y tiene grandes vidrios que dan a la calle; ahí se sientan los doctorcitos por la mañana, vestidos de traje y peinados con mucho gel. Y las doctorcitas también por supuesto. Ellas van muy bien arregladas, revocadas de maquillaje, con las correspondientes tetas postizas y los vestidos bien ajustados. A la mayoría le gusta sentarse cerca del ventanal, para que quienes pasen por el lugar, miren y envidien. De vez en cuando, me doy una vuelta y los observo. Todos están en pose. Muchos se sientan solos y sacan un montón de papeles para demostrar que están muy ocupados resolviendo casos. Pero ¡ojo! Me cansé de ver tipos que en su vida pisaron la facultad, sin embargo, ellos están presentes en ese bar, con saco negro y con valijita en mano.
Los estudiantes de abogacía miran ese modelo y se mueren por llegar a ese lugar. No aspiran defender a los débiles y desposeídos, no les interesa conocer las nuevas corrientes de interpretación del derecho laboral y ni se calientan por aportar un granito de arena para lograr una justicia más eficaz. No, los varones quieren el título para encontrarse con una mina en el boliche y levantársela luego de decirle “soy abogado”, para hacer plata por los medios que sean, cagando a quien se ponga adelante; o bien, quieren la chapa para sentarse en el bar que está cerca de Tribunales con la secretaria que está buena. Para eso se queman el cerebro rindiendo materias. Pero lo que no se dan cuenta o no quieren darse cuenta, es que Santiago está lleno de abogados que andan de choferes de taxis o atendiendo maxi kioscos. Deberían abrir una sociedad que tenga por siglas A. A.C.H (Asociación de Abogados Cagados de Hambre). Les aseguro que las afiliaciones serían masivas.
Es lógico que sea así, porque una provincia chica no aguanta esta superpoblación de profesionales del Derecho y el campo laboral de los letrados se convierte en una jungla que contiene a unos cuantos y expulsa a un montón. Y claro, ahí llega la desilusión: las pobres minas que se gastaron fortunas en vestuario para asistir a las clases en la Universidad (ya sabrán que el pabellón de Derecho de la facultad local es una pasarela por la que desfilan las estudiantes compitiendo para ver quién tiene mejor pilcha) se encuentran con la triste realidad.
Entiendan bien. El problema de Santiago no es el campo, tampoco la violencia en las escuelas, menos aún la escasez de gasoil. El problema es que todos nuestros chicos quieren ser abogados. He ahí el origen de nuestras futuras desgracias. No digan después que no se los advertí.