lunes, 25 de agosto de 2008

Cómo los odio a las economistas- Tomatis


Siempre he sentido un rechazo visceral hacia los economistas. No es que yo entienda demasiado del tema; al contrario, detesto los gráficos y los números; las tablas y las estadísticas.
Soy uno de los millones de argentinos que aborrece el lenguaje técnico, frio y despótico que utilizan los especialistas cuando se ponen a hablar de cualquier cosa. Me produce náuseas cada vez que escucho en la televisión opinar a tipos de traje que piensan que porque utilizan un par de palabritas raras, son inteligentes.
Fue una gran desilusión para mí, cuando mi hija adolescente me confesó que quiere estudiar para ser economista. Pero me quedé callado. Supongo que con el tiempo, cambiará de opinión.

Expresiones
Quiero contarles que me harté de soportar las siguientes expresiones: “Sensible suba del valor nominal de los productos de intercambio”, o “baja porcentual del salario real de los trabajadores”. Lo que quieren decir en verdad con estas frases oscuras y rimbombantes, es que los precios se han ido a la re-mierda y que el sueldo de los empleados ya no alcanza ni para comprar un paquete de fideos. Lo podrían expresar de esta manera, pero no, ellos prefieren el firulete verbal, para confundir a la gente.
Últimamente me tienen podrido. Porque como todos sabemos, es ya imposible ir al supermercado sin tener la sensación de que nos entuban un palo por ya saben dónde… Uno se acerca a la caja, la chica comienza a toquetear la maquina registradora hasta que llega el momento culminante: una paga sabiendo que la semana anterior desembolsó unos cuantos billetes menos. Pero bueno, supongamos que nos acostumbramos a esto y que ya no nos afecta. Perfecto: yo acepto pagar unas monedas más el café que tomo todas las mañanas.
Lo que no acepto bajo ningún concepto son las explicaciones que los economistas dan sobre el tema. Me calienta, me pone furioso que salgan a detallar las causas por las que- supuestamente- las cosas están cada día más caras. Que los precios internacionales, que el tipo de cambio, que el frío, que la escasez, que el calor, que la suba del dólar, que la especulación, que Moreno, que la suba del euro, que Jaime, que la desconfianza de los inversores, que Nestor, que la crisis política y no se cuántas pelotudeces más. ¿Se dieron cuenta de eso? A los lectores les pregunto. ¿Se dieron cuenta de que cada aumento es acompañado por los parlamentos de los economistas que de memoria repiten lo mismo? Y encima lo hacen con una seriedad en sus caras, que parece que están diciendo algo sensato...
¡Basta por favor! No quiero que me expliquen nunca más las razones de las subas. O les propongo algo. Digan lo siguiente cuando escriban en los diarios o hablen en la tele: los precios suben porque sí, porque se les antoja, porque tienen vida propia y deciden agrandarse.
Dejen de joder con los informes, las estadísticas y las sesudas teorías: ya nadie les cree. No me solucionan nada contándome porqué la guita se me evapora en un ratito. No exasperen más a la gente. No hagan más pronósticos tampoco porque para adivinar el futuro ya están los brujitos que aparecen todos los días en el Nuevo Diario. Hasta la próxima.

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