miércoles, 10 de diciembre de 2008

Historia del desencanto- Esteban b.


Mucho se ha hablado desde los noventa en adelante de la apatía de la juventud frente a la política, de la desilusión y del desencanto que sufrió esta franja de la población tras la caída de las alternativas revolucionarias y la constatación –falsa por cierto- de que cualquier posibilidad de cambio había quedado clausurada. En Argentina, se comparó bastante la actitud política de la generación de los jóvenes de los setenta (desafiante, revolucionaria, utópica) con la de los noventa (pasiva y sin conciencia histórica). No podemos negar que este relato tuvo su contrapartida en la realidad y hasta el día de hoy, resulta ilustrativo sondear los intereses de la juventud para darse con que un gran porcentaje de ellos -de nosotros podríamos decir- no interviene en la cosa pública.
Para una genealogía de esta frustración nada mejor que un libro que se publicó hace pocas semanas: The Palermo Manifiesto. Su autor es Esteban Schmidt, quien según revela la solapa “integró la primera camada de dirigentes políticos juveniles (de la UCR) forjada entre la salida del régimen militar y los inicios del actual periodo”. Además, Schmidt escribe habitualmente para la revista Rolling Stones y para el siempre interesante sitio web, Los Trabajos Prácticos.
Schmidt, o mejor dicho su alter ego que se hace llamar “Estebitan”, parlamenta desde la bronca y el resentimiento. El texto simula ser un discurso de Estebitan en una esquina del barrio de Palermo frente a un grupo de ex militantes con la misma sensación de fracaso que él. Ellos, la “ultra-minoría”, la retaguardia, los doscientos tipos que se habían propuesto “salvar la patria” quedaron irremediablemente relegados, pues “los que controlaban los presupuestos nos empujaron a la banquina para optar por la nube de alcahuetes que los merodeaban y que hicieron la vista gorda, tanto, tanto, que alcanzaron la inmortalidad burocrática, estatal y demócrata e hicieron durante veinticinco años todo mal, todo por la mitad, o todo entero pero despacio y tarde”. El cuarto de siglo democrático que hace poco conmemoramos los argentinos estuvo manejado para Estebitan, por esa “runfla” de inoperantes que nos llevaron a donde estamos hoy. Esos mismos fueron los que no permitieron actuar jamás a aquellos que deseaban contribuir dignamente a encarrilar los destinos del país, porque “cuando la democracia se atornilló como manera de ver las cosas, nosotros quisimos, como nunca quisimos nada más, que nos fuera bien a todos”.
Pero ya es demasiado tarde, ya la “ultra” aceptó su derrota: “somos veteranos de una guerra perdida”, por lo tanto “ni una reunión más en nuestras vidas” expresa con resignación Estebitan. El 2001 constituyó un último e ingenuo intento de intervención política, pero el fracaso nuevamente se enseñoreó de estos doscientos tipos que anhelaban salvar la patria.
¿Qué queda entonces si ya se han cerrado todos los caminos para actuar? Zafar, salvarse como sea, aceptar el individualismo antes repudiado, aunque vale aclarar que “Dios sabe que si algo valiera la pena en serio, no estaríamos tan dedicados a nosotros mismos”. Es que Estebitan ha descubierto otra forma de la pobreza, que es cuando “una persona se vuelve socialmente inútil”.
Pero The Palermo Manifiesto no se queda sólo en los escupitajos de resentimiento. También el libro resulta ser una radiografía de la clase política y de los que se sirven de ella para subsistir; por momentos, los personajes tienen nombre y apellido; uno de ellos es “Manteca” Di Napoli (nombre ficticio por supuesto), asesor de campaña en 2007 de Daniel Filmus para la jefatura de la ciudad de Buenos Aires, uno de esos consultores que “informan sobre el deterioro de la patria pero nunca mencionan su propia responsabilidad en la materia”.
Si hoy cayera una bomba atómica sobre la Argentina que matara a todos los habitantes, y un historiador del futuro quisiera reconstruir los veinticinco años de vida democrática de ese país hecho cenizas, tal vez le sería útil encontrar un ejemplar de The Palermo Manifiesto. Encontraría allí, un libro difícil de leer, por su gran cuota de actualidad, ironía y cinismo. Seguramente, no entendería muchas cosas, porque para entenderlas debería conocer el desengaño de una generación. Porque, a fin de cuentas, para saber de qué hablaba Schmidt, este historiador debería comprender la frase de Estebitan cuando dice: “Y nos condenamos a los bares, a sobrevivir exiliados de lo que nos importa”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El autor brinda al lector la posibilidad de sentirse integrado en el reconocimiento inmediato, situación que no admite asimetrías si contrastamos con el sentido intrinsico de la esencia kafkiana. Me parece además el el sentido permisivo de autenticación de producción de sentido, se contrapone con el psiquis del sentirse alagado. Ulises, el aplaudidor

La Dueña dijo...

Más que ficción parece copiado de la realidad. Un libro (salvando las diferencias) que me pasó algo parecido fue El vuelo de la reina.

Interesante recomendación.

Anónimo dijo...

No hagamos del sarcasmo congénto, un burdo tentempie de situaciones meteóricas que ayudan a disuadir el plano nominal del sentirse un "astronauta de la literatura". La obra propone quebrar de cuajo con el nihilismo sacerdotal del perplejo onanismo mediático. Para el caso quiero mencionar sabias palabras de Leopoldo Marechal: "No afanes tu saber en busca de aplaudir y aprehender". Hasta la próxima. Ulises