jueves, 15 de enero de 2009

¿De qué crisis me hablan?- Tomatis


Llegó la crisis.” Ay, mirá cómo bajan las bolsas”, dice un viejo en el bar que no tiene ni para pagarse un licuado. “Ay, mirá cómo sube el dólar, qué barbaridad”, repite otro que anda por ahí. Ganan la jubilación mínima y se hacen los preocupados por el índice Dow Jones. Boludos.
Pongamos la cosa blanco sobre negro. Está de moda hablar de la crisis. Las viejas conchetas que se juntan los sábados a la mañana a tomar el te, primero se lamentan por la crisis, para luego pasar a contar que ya compraron el pasaje en avión para irse a la Polinesia. “Tenemos que amoldarnos a la crisis” dice alguna, y después confiesa que el día anterior gastó 500 mangos en una pilcha que jamás se pondrá. Manga de caretas.
Tenemos el síndrome de querer pertenecer al primer mundo. No podemos concebir que a nosotros no nos toque lo que les sucede a los yanquis y europeos. “No, cómo puede ser” dicen los ricachones de la Recoleta, los mismos que se recorrieron los cinco continentes durante la década del noventa.
Por esa nuestra presidenta se equivocó feo, muy feo, cuando dijo que estábamos “firmes frente a la marejada”. Ni bien terminó ese discurso los asesores la empezaron a llamar para decirle “no señora presidenta, se equivocó, no debió haber dicho eso jamás”. Obvio. Los tipos sabían que decir que a nosotros no nos tocaría la crisis, era reconocer que estamos en el culo del mundo; eso era aceptar nuestro papel insignificante en las relaciones internaciones, era decir “¿saben qué? No existimos”. Y si algo no vamos a aceptar nunca los argentinos es que estamos en el culo del mundo y que no le importamos a nadie. “No, no somos el culo del mundo, somos el granero del mundo”, aclaran. Estúpidos.
Ahí nomás los súper asesores junto con los ministros, se pusieron a inventar planes, emulando lo que hicieron las grandes potencias. En un ratito, la convencieron a la presidenta de que el quilombo financiero nos tiene que afectar sí o sí, y si no nos toca, tenemos que hacer algo para que nos afecte. Ahí mismo le prepararon nuevos discursos para que Cristinita nos contara que debemos prepararnos para las consecuencias de los vaivenes de las bolsas mundiales, que van a repercutir –“indudablemente”-en nuestros maltratados bolsillos. Listo, ahora ya están todos tranquilos. Somos parte del mundo. Qué bueno.
Lo único que yo sé es que en este fin de año, la crisis no se notó mucho que digamos. Por lo menos en Santiago. Las últimas dos semanas me hincharon las pelotas los miles que salieron al centro a comprar cualquier cosa. La peatonal Tucumán era una caldera. Porque el tema era comprar, no importaba qué. Algunos ni sabían en qué negocio entraban. Se mandaban y cuando la vendedora los atendía, le decían: “deme algo, lo que sea, todavía me quedan 40 pesos en el bolsillo”. La cosa era subir al 115 y 116 tacuchados de paquetes con objetos insignificantes que seguramente nunca serán usados.
Furia gastadora. Frenesí consumista. Colas y colas, bolsas que llevaban a personas (y no al revés), paradas de colectivo atestadas. Gente apurada y alocada; todo en medio de los 45 grados a la sombra. Nada impidió que las huestes santiagueñas se sumaran al virus de fin de año. Ah, y después vino Reyes, como para que todos quedaran bien pero bien secos.
¿Me pueden decir entonces dónde estuvo la crisis a fin de año? Yo la verdad que no la vi. Hasta la próxima.

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