Nuestro historiador estrella, Felipe Pigna, ha instalado una idea: que la historia, por lo menos en la Argentina, se repite hace cientos de años. Sostiene que el primer desaparecido fue Mariano Moreno, que siempre fuimos corruptos, que la clase dirigente siempre robó. La idea que más se le critica a Pigna, con justa razón, es la permanente vinculación pasado-presente que ensaya en sus libros e intervenciones públicas. Esta recurrente vinculación, por más que sea un interesante gancho para atrapar lectores o televidentes, va en contra de que se llama “pensar históricamente”.
Sobre esto escribe Martín Caparrós en la revista El Malpensante. Ahí va un fragmento:
Es curioso, hacía mucho que no se hablaba tanto de historia en la Argentina, pero esas referencias sirvieron, en general, para lo contrario: para mostrar que, supuestamente, siempre fuimos como somos, que ya éramos corruptos en el siglo XVII, que ya éramos mentirosos en el XIX, que –según sintetizó nuestro filósofo mayor– estamos como estamos porque somos como somos. La historia, la disciplina que muestra que nada es permanente, se transformó en un medio para sostener lo contrario.
“Que es perfectamente insostenible. Una cosa es que no sepamos imaginar los cambios: es cierto que es difícil, que los grandes cambios sociales se producen cada tanto, que son procesos largos, inesperados, generalmente dolorosos –pero siempre suceden–. A menos que se produzca el mayor cambio posible, lo que nunca en la historia del hombre: que todo siga igual. Es muy improbable. Los atenienses de Pericles, tan ilustrados, se habrían reído si alguien les hubiera dicho que el mundo podía funcionar sin esclavos; los franceses de Luis XIV, tan elegantes, no habrían creído que pudiera existir un país sin un rey; los argentinos de Yrigoyen, tan orgullosos, habrían escupido si alguien les hubiera dicho que algún día iríamos a la rastra de Brasil.
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